No hay miedo chiquito. Ese es el problema. Yo quisiera una mesura pequeña de miedo pero no hay balanza que pese una cantidad tan ínfima de tan poderosa sustancia.
Mi mano testaruda ha abierto la puerta del viejo colmado. Tras el sonido agudo de las bisagras he entrado despacio, midiendo en crujidos cada paso.
Allí la anciana de siempre tejía tranquila su manto de escarcha. Sorprendida ha clavado sobre mí su mirada incrédula: «¿tú otra vez?». Sí. Bajo sospecha he conseguido articular algunas palabras cortas: «póngame, por favor, cincuenta gramos de miedo»
Los quiero envueltos en papel de estraza. ¿Tiene papel de estraza? Dicen en la aldea que ya no se utiliza pero es secante y fuerte: capaz de contener el vértigo, domesticar lo extraordinario, tamizar la sorpresa, pulverizar la incertidumbre.
Ella ha negado tres veces con la cabeza: «no hay miedo chiquito». O saltas o vuelas.
Con el viento
Con el viento, la luz entra distinta en la mañana. Ha venido a escribir el silencio en los balcones. A pasear discreta, por las ventanas cerradas. Testigo de una costa que apenas sabe estar despierta.

Desconocidos

Desde aquel parque se podía llegar a cualquier sitio. La condición para el viaje era sabe nadar en el océano de una pupila verde. Sin carta de navegación, la única ruta posible era una caricia. Un gesto antiguo, tan antiguo como la huerta que sostenía la tarde. A la deriva, un deseo adolescente, sin historia, trepaba la copa de los pinos. Dos desconocidos parecían mirarse en mitad de la vida.
Comienzo
Valorando si el tronco que ha arrojado el mar es, contra todo pronóstico, un navío para escalar el firmamento.
Si allá arriba están temblando las estrellas, de miedo o de emoción
Si hay un lugar aún en la luna para acogernos
¿Son de ida y vuelta los billetes que guardo en el bolsillo?
¿A qué hora sale el último tren?
Disculpe señorita: no hay última estación en el trayecto
Y en el andén, un hombre serio, de ojos verdes, la está mirando.
Rescate
Edad
Es una sensación extraña, observar la vida
reconocer la propia sombra
siempre en tránsito
siempre de mudanza
Y admitir, contra todo pronóstico,
que es real la nostalgia
pero no existe la muerte en vida,
sólo la muerte
Mujer pájaro
El precio de aprender a volar es perder el pie
El primer viaje es un abismo,
pero tiene fin, sales planeando,
chopada en el sudor de tus lágrimas
con la angustia pegada a los talones
con el rumbo desesperado escrito en la mirada
agotada, minúscula,
inmensamente triste
Ya nunca serás la misma
has aprendido a volar
Lluvia
Ha venido a deshacer la ciudad, a borrar los contornos de las esquinas, a caminar descalza.
Gigantes
Funanbulistas
Nuestro punto de encuentro es tan delgado como una cuerda floja. Y sobre ella caminamos muy lentamente. Con la tranquilidad de quien sabe que caerá de nuevo al cómodo vacío de uno mismo, al menor traspiés. Con la atención que exige el equilibrio.