Con el viento, la luz entra distinta en la mañana. Ha venido a escribir el silencio en los balcones. A pasear discreta, por las ventanas cerradas. Testigo de una costa que apenas sabe estar despierta.

Con el viento, la luz entra distinta en la mañana. Ha venido a escribir el silencio en los balcones. A pasear discreta, por las ventanas cerradas. Testigo de una costa que apenas sabe estar despierta.
Desde aquel parque se podía llegar a cualquier sitio. La condición para el viaje era sabe nadar en el océano de una pupila verde. Sin carta de navegación, la única ruta posible era una caricia. Un gesto antiguo, tan antiguo como la huerta que sostenía la tarde. A la deriva, un deseo adolescente, sin historia, trepaba la copa de los pinos. Dos desconocidos parecían mirarse en mitad de la vida.
Es una sensación extraña, observar la vida
reconocer la propia sombra
siempre en tránsito
siempre de mudanza
Y admitir, contra todo pronóstico,
que es real la nostalgia
pero no existe la muerte en vida,
sólo la muerte
El precio de aprender a volar es perder el pie
El primer viaje es un abismo,
pero tiene fin, sales planeando,
chopada en el sudor de tus lágrimas
con la angustia pegada a los talones
con el rumbo desesperado escrito en la mirada
agotada, minúscula,
inmensamente triste
Ya nunca serás la misma
has aprendido a volar
Ha venido a deshacer la ciudad, a borrar los contornos de las esquinas, a caminar descalza.
Nuestro punto de encuentro es tan delgado como una cuerda floja. Y sobre ella caminamos muy lentamente. Con la tranquilidad de quien sabe que caerá de nuevo al cómodo vacío de uno mismo, al menor traspiés. Con la atención que exige el equilibrio.
Estamos esperando que descargue la tormenta, pero no quiere deshacerse el cielo…Sólo cuatro gotas sin desgarro engañan a la noche. También la lluvia tiene la mirada fija del verano. La cuenta atrás ha empezado…y ya casi puedo escuchar el mar